Si tus sueños no te dan miedo, entonces no son lo suficientemente grandes.
Me encontré frente a ese imponente edificio recubierto en vidrio con solo 17 años, llena de mucho miedo, sueños y expectativas. Las grandes puertas me recibieron y pude sentir al instante la energía nueva del mundo que había elegido habitar. Yo, siendo una joven proveniente de la Costa, escandalosa, llamativa y risueña; creía que esa iba a ser mi ventaja para resaltar y por eso quería sacarle el mayor provecho, pero fue una gran equivocación y me di cuenta muy pronto cuando Sofía Monsalve me paró en seco mientras hacíamos la danza del viento durante la clase de Principios de la actuación I:
—Si no te tomas esto en serio no importa el talento que tengas, no vas a triunfar en este mundo.
Me sentí herida, tal vez incluso juzgada y lastimosamente, era muy joven, inmadura y me encontraba muy sola como para poder aprender lo que la maestra me estaba queriendo enseñar detrás de esas duras palabras. Esta situación causó mi mayor introversión artística, estuve los primeros tres semestres lejos de proponer, crear y arriesgar, solo sabía obedecer y copiar. Era buena para eso, se me hacía fácil seguir indicaciones, sacaba buenas notas, a veces destacaba un poco, pero podía sentir cómo se drenaba mi energía creativa, la mediocridad me tenía presa y yo estaba muy cómoda para hacer algo.
Llegué a la carrera queriendo ser bailarina, lo que me daba la excusa perfecta para huir de la actuación, he bailado desde que nací, vengo de Barranquilla, la ciudad más fiestera, bailadora y mamadora de gallo que conozco, el recuerdo más lejano que tengo es estarle quitando una falda de cumbia a mi prima mayor para yo poder bailar un mapalé como quería, bastante desubicada si me preguntan ahora, pero era evidente mi gusto por la danza, mi mamá no podía estar más feliz pues era la única forma de verme vestida “femenina” pues los vestidos siempre se me habían hecho incómodos. Aun así, en Principios de la danza I, mis 17 años de experiencia en danza tradicional no me valieron de mucho, en realidad fueron más un obstáculo.
Mi cuerpo no conocía de alineación, en específico de retroversión pélvica, un principio muy importante en la danza y que se me quedó grabado gracias a que se me repitió durante todo el semestre los tres días a la semana que veía ballet, de verdad quería hacer esa corrección en mi cuerpo y era una preocupación muy grande para mí, pero no sabía que tenía que hacer y según yo, estaba haciendo todo lo posible para bascular la pelvis. Todo cambio cuando en una clase de Principios de somática I nos hablaron del Awareness “consciencia enfocada que aísla y discrimina para concentrar y aprender” (Peláez, Bitácora de Principios de somática I, 2021), en mi bitácora tengo resaltada una sensación: si activo el transverso abdominal puedo bascular la pelvis con mayor rango de movimiento sin soltar la lumbar y esa idea llevó a una de las investigaciones más importantes que mantuve durante toda la carrera, este momento de iluminación salvó mi proceso en la danza clásica y el awareness fue una gran herramienta que me acompañó en todos los procesos que tuve después.
Segundo semestre fue muy divertido al principio, la danza contemporánea bajo la guía de Susana Gómez era hermosa, entretenida y casi como un masaje para el cuerpo, sentir mi columna ondular, jugar con mi peso y con el de mis compañeros, me caí mucho, también me golpeé, me daba susto intentar las paradas de manos. Yo lo llamaba: una cuota de humildad al día. La oportunidad de aprender de mis errores y no juzgarme. Así como yo juzgaba los errores de los demás, pero no de mis compañeros y colegas; de mis papás, en especial mi papá. Mi relación con él hoy en día es hermosa y nunca lo he dejado de amar, pero durante mucho tiempo le guardaba rencor por tener que trabajar tanto y tan lejos de mí.
En el primer ejercicio de Elementos de la puesta en escena 1 llamado De dónde vengo se me propuso escribir rasgos, momentos, historias y personas que hacen parte fundamental de mí como ser creativo, fue la primera vez que toqué mi vacío paterno como recurso artístico “(…) vengo del lado izquierdo de la cama doble de mis padres que estaba vacío 26 días al mes” (Peláez, De donde vengo, 2021). Este impulso creativo lo seguí por el resto del semestre gracias a la guía de Víctor Quesada, quién me llenó de preguntas, me hizo buscar recursos, indagar en mi memoria y mis archivos más recónditos para crear todo un universo alrededor de mi relación con mi papá.
“A pesar de la ausencia” fue mi proyecto final de elemento de la puesta en escena 1, una muestra dedicada a mi papá y su amor tan enorme que me duele que haya sido invisible para mí por tanto tiempo. Esta no fue la única vez que hablé de mi papá con mi arte. En tercer semestre vi la Puesta en escena de vanguardias y teatralidades y Oscar Cortés nos propuso escribir un manifiesto de artista; para alguien empezando el ciclo profesional como yo, era una tarea casi imposible así que decidir hacer un manifiesto de amor, el carnaval no pudo escapar de mí, tampoco la danza, Dios, mis amigos y cuando fue el turno de mi familia me derrumbé. No había perdonado la ausencia de mi papá y A pesar de la ausencia no era suficiente, había sido abandonada y nunca tuve el espacio para decirlo, sacarlo de mi sistema y luego superarlo. Llamé a mi papá, estaba en Chile, yo en Bogotá, mi mamá en Barranquilla y mi hermano en Medellín, conectados por sangre, pero luego de una reunión cuyos detalles no voy a compartir en esta autoevaluación, en mi familia se forjó un tejido de oro, bello, fuerte y valioso. Así nació Manifiesto del amor brillante una puesta en escena hecha monologo tintada de carnaval, regaños, dolor, pero sobre todo de perdón y desbordante de amor.
En cuarto semestre pasé por la Técnica Básica de clown, si me lo preguntaban en ese momento decía que había sido la peor decisión que había tomado, todo el tiempo sentía miedo al fracaso, vergüenza, pánico, emociones y sensaciones a las que no estaba acostumbrada, ¿la razón? En clown no te puedes esconder, no es solo “hacer caso”. Todo el tiempo hay que crear y nadie iba a crear por mí, mis números de clown, lo que me obligó a movilizar mis ideas y empezar a apartar mi ego herido, empecé a sentir emociones que nunca había sentido, frustración, vacío y ganas de ir más lejos, pude empezar a mostrar mi fuerza creadora, alzar mi voz, ser escandalosa y permitirme errar. Sentía miedo, sí, pero fui capaz de lanzarme al vacío con el corazón a punto de salirse de mi pecho. Luego, una hospitalización me frenó por dos semanas y media y aprendí cómo trabajo creando bajo presión, académicamente no fue mi mejor técnica y no creo que vaya a hacer clown cuando salga de la universidad, pero le agradeceré infinitamente el haberme puesto en lugares difíciles que me llevaron a despertar mi ser creador.
“En la comodidad no crece la semilla creativa, la incomodidad y la crisis son tierra fértil”
Terminando este semestre, había llegado a la mitad de la carrera y un baldado de agua fría fue lo que sentí caer cuando me di cuenta de que no siempre iba a estar en la comodidad que la javeriana ofrece, la flexibilidad de horarios, la compresión que tienen los maestros, los maravillosos espacios que tengo a disposición para dejar volar mis ideas, solo los iba a poder disfrutar por dos años más, y, después sería lanzada a un ambiente laboral famoso por la competitividad tóxica.
En quinto semestre me fui de lleno con el backstage, y fue amor a primer shot de adrenalina, el constante cambio de situación, la búsqueda de la perfección, el riesgo, la creatividad, la disposición, siempre proponer, tener la mente activa y el cuerpo al servicio, la iluminación y la producción fueron un cohete que me dio un viaje por un paisaje nuevo y elevó mi proceso de formación. Trabajé con dos mujeres muy diferentes: Juanita Delgado a quién le iluminé el ensamble “Una ópera”, y Adriana Cubides a quien le produje “En blanco”, en este proceso para adaptarme de manera efectiva descubrí que soy bastante eficiente y precisa para la tras escena, me llené de herramientas y conocimiento acerca de elementos para la puesta en escena que luego llevé a mis investigaciones de otras asignaturas. Como por ejemplo en la Técnica básica de Actuación para la cámara de la que hablaré más adelante.
Era el momento de tomar mis herramientas y ponerlas en acción, todo mi bagaje cultural, mis danzas caribeñas, mi profundo amor por mis raíces y el cariño que tengo por el arte parido por Colombia, las asignaturas que me ayudarían a enriquecer estos recursos serían La puesta en escena de teatro Colombiano, donde conocí y me enamoré de las obras de Miguel Torres como “La siempreviva”, una obra que retrata el cosmos colombiano en el marco de la toma y retoma del palacio de justicia y que me conmovió hasta los huesos. Y, por otro lado, la asignatura de Técnica básica de Danza Tradicional, con René Arriaga y Jhonny muñoz, quienes desde diferentes enfoques me entrenaron en danza, texto, cuerpo y Grima con bordón y machete, todos han sido elementos escénicos de la tradición colombiana que han tejido mi visión por preservación y respeto por las artes ancestrales.
En sexto semestre decidí continuar aprendiendo de René Arriaga y Jhonny Muñoz, nuestro trabajo en el Ensamble “Cántico cósmico” es mi mayor referente para el montaje en escena, los movimientos del espacio, las figuras, las coreografías. El placer visual que da ver sus obras es algo que me gustaría replicar unido a lo que el trabajo del texto me permite hacer. Antes había trabajado arduamente la voz, en mi casa en Barranquilla siempre hablamos muy fuerte lo que se tradujo según el maestro Jhonny Muñoz, en poseer unos grandes resonadores, este último ha sido mi primer maestro y mi mentor de voz más importante, me ha llevado de la mano en una montaña rusa de laboratorios con mi voz, dos ensambles, una técnica básica, una puesta en escena y quien primero leyó esta autoevaluación, con sus ojos grandes y sonrisa tímida ha moldeado, quebrado, rearmado y llevado al límite mi trabajo con la voz escénica, a través de sus muchas metáforas y analogías tan originales como extrañas me llegó por una travesía laboratorial donde mi voz, ya fuerte, comenzó a tomar texturas que dieron vida a los textos a los que me enfrenté durante el Ensamble “Cántico cósmico” donde contaba “la historia de los gritos del Cuá, gritos como el canto de las garzas rojas”.
Mi segunda maestra, Ella Becerra, me dio un cachetadón mental muy necesario y justo a tiempo en el Laboratorio de Creación de personaje:
—La flor del talento sin trabajo se marchita y muere.
No estaba trabajando lo suficientemente duro y me refugiaba en que pensaba que sí. Al mismo tiempo de recibir estas palabras profundizaba mi énfasis en la Técnica básica de Actuación para la cámara, me obligaba a hacer más de todo lo que los docentes proponían o recomendaban, leí muchos guiones, aplicaba la técnica de fragmentación de Donnellan que aprendí en el laboratorio, todos los días hacía algo referente a mi trabajo actoral y cuando vi mis entregas no podía sentirme más feliz con lo que veía, no era algo fuera de lo común pero podía notar todo aquello que había reforzado, dejé de depender de mi “talento” el cuál siempre me resaltaban y me reconocieron por mi trabajo. Aquí surgió mi nueva obsesión, no quiero ser reconocida por mi talento, quiero ser bien conocida por mi trabajo; limpio, detallado, preciso, creativo y lleno de amor por lo que hago.
En mi séptimo semestre agradecí encontrarme con Técnica Básica somática de oriente - yoga, luego de haber trabajado en mi arte hacia lo externo, era hora de trabajar lo interno, mi cuerpo, mis sensaciones, sistema de creencias, traumas, discursos internos. Esta técnica me llevó a hacer un mapeo de lo que soy y en esa búsqueda mi mundo interno abrió una puerta que estaba escondida, como si mi ser fuera una casa y en el ático se oculta un espejo cubierto por una sábana y nadie se atreve a descubrir lo que puede ver en el reflejo. Debajo de ella encontré miedo, pero no ese miedo que te bloquea, sino, ese miedo que dan ganas orinar justo antes entrar a escena, ese miedo que hace que busque la manera más difícil de hacer las cosas por puro gusto, ese miedo que me hace repetir una y otra vez mis escenas hasta que estén pulidas aunque puedan pensar que soy una pesada, ese miedo que me ha retenido varias veces de escribir esta autoevaluación por no ser capaz de poner en palabras resumidas un proceso tan amplio como profundo y enredar mi discurso mientras escribo.
Es un miedo que me impulsa, pero también que me hace dudar y que este momento estoy descubriendo cómo saber cuándo usarlo en mi beneficio y cuándo guardarlo en esa puerta escondida y permitirme seguir adelante.
Aunque pienso que estoy muy joven, con solo 21 años, para graduarme y ser lanzada al mundo real, lejos de la cómoda burbuja que es la universidad, estoy segura de contar con las herramientas sociales, técnicas y los recursos, para llevar una carrera satisfactoria como artista escénica. Trabajando en la celebración de los 10 años de la carrera y en la XXI temporada de ensambles reconocí un gran sentido de pertenencia con la universidad y su gente; maestros, guardias, personal de servicios generales, visitantes, operarios, técnicos y todos los que pasan por este imponente edificio recubierto en vidrio con grandes puertas y que como yo decidieron habitar aquí. Este lugar pasó de ser un contenedor de miedos a mi casa por los últimos 4 años, forjó mi carácter como persona y mi perfil de artista, costeña y bullosa, sí, pero también mujer sensible, curiosa y encaminada por la disciplina hacia el arte.
Quiero aprender más sobre la gestión de proyectos y del montaje de eventos y en eso voy a hacer la especialización luego de graduarme, quiero brillar en un escenario o frente a una cámara, pero también quiero hacer brillar a otros estando tras bambalinas, quiero bailar nuevamente en un carnaval, pero también quiero montar escenarios para el carnaval.
Soy una artista que oscila entre el cuerpo del arte, la memoria, los contenidos y los territorios que lo componen y la logística para su producción escénica y eso se lo agradezco a los 4 años que estuve estudiando Artes escénicas en la Pontificia universidad Javeriana. No quiero irme, aún quiero seguir aprendiendo de lo que este lugar ofrece, pero si me voy ya, sé que estaré bien.